En su reciente visita a la frontera norteamericana con México, la vicepresidenta de Estados Unidos Kamala Harris quiso suavizar su discurso antimigratorio, tras reunirse con cinco niñas centroamericanas que huyen de la violencia que impera en sus países.
“Cuando hablamos de lo que ocurre en la frontera, no perdamos de vista el hecho de que estamos hablando de seres humanos”, dijo Harris y que está “comprometida con garantizar” que quienes buscan asilo encuentren un “refugio seguro” en Estados Unidos.
Estas palabras no significan mucho, pues, aunque haya comentado “estamos hablando de niños, estamos hablando de familias, estamos hablando de sufrimiento”, no implica cambios en las leyes, ni transforma sólo con el verbo la realidad latinoamericana, queda mucho trabajo al cual apuntar.
Se produce esta visita de Kamala Harris tres meses después de que el presidente Joe Biden le encargarse la misión de coordinarse con los países del Triángulo Norte de Centroamérica para intentar contener la llegada de migrantes a la frontera sur.
Toda esta diplomacia lacrimógena no tiene mayor eco que el que le concedan los medios de comunicación mientras Estados Unidos se siga proclamando como el país de las oportunidades y al sur del Río Bravo imperen la desigualdad y la desesperanza.