Mis pies estaban en la arena, las olas del mar golpeaban las lanchas de los pescadores, el sonido de las aves se escuchaba fuerte, anunciaban que se aproximaba el momento, aún estaba oscuro, pero poco a poco la luz aparecía e iluminaba alrededor, cerré los ojos para agradecer por lo afortunado que soy de vivir en un paraíso tan hermoso como este, al abrirlos estaba ahí. Imponente se asomaba a saludarme.
Los rayos del sol tocaron todo mi cuerpo, mi piel se puso chinita y sin pensarlo una sonrisa apareció en mi rostro, después todo fue magia, mi cuerpo ya no me pertenecía, dejé mis cosas debajo de esa pequeña palmera y salí corriendo al mar como si un imán me estuviera atrayendo al interior de las olas, en el camino dejé caer mi playera y entré a las cálidas aguas del Mar Caribe.
Mis pies se mojaron poco a poco y conforme avanzaba mis ganas por entrar por completo crecían, no podía esperar más, así que de un clavado me sumergí completamente, sentí como todo se olvidó, no pensaba en nada, no había nada más que el mar y yo, no me pude resistir y abrí los ojos, aunque un poco borroso pude ver lo cristalino que es abajo.
Al salir, el sol se había movido, ya no simplemente se asomaba, ahora estaba completo, radiante, precioso y majestuoso, destellaba tan fuerte que tuve que mover la mirada, las gotas de agua corrían por mi cara, la sal del mar se sentía en mis labios.
Que momento tan espectacular, que manera de comenzar el día, la conexión con la naturaleza es lo más maravilloso que puede existir; el agua armoniza, el sol te inspira, las aves te cantan y ahí entre lo más simple de la vida, en eso que la naturaleza te regala, encontré la paz que había buscado por tanto tiempo.