Por Simón Benítez Hoil
Es un dolor profundo el que siento al no poder hacer lo que algunos me piden: hablar bien de Chetumal, la ciudad que me vio nacer, crecer, igual que a mis hermanos, a mis hijos y ahora a mi nieto. Como chetumaleño de corazón, más quisiera enaltecer esta tierra bendita, pero no puedo, en conciencia, ser cómplice de un silencio que ignora la realidad que vivimos. Chetumal está en el peor momento de su historia, abandonada y vilipendiada por una cadena de gobiernos municipales y estatales que han demostrado su desinterés y su incapacidad para gobernar, dejando a nuestra capital sumida en la desesperanza.
Quisiera hablar bien de Chetumal, pero no puedo cerrar los ojos ante la demanda justa de una ciudadanía que clama por mejores servicios públicos, por el regreso de la tranquilidad y por una estabilidad económica que permita a los chetumaleños prosperar. Sería un engaño a quienes me escuchan o leen, hablar de una ciudad que hoy no existe, una ciudad que ha sido traicionada por aquellos que juraron protegerla.
De Chetumal, jamás podré hablar mal, porque su esencia, su espíritu, sigue ahí, esperando el día en que recupere la dignidad de ser la capital que merece. Pero sí hablaré, y muy fuerte, contra esos políticos y políticas que, con sus promesas vacías y su desdén, han lastimado profundamente a nuestra querida ciudad. A ellos les debo mi desprecio y mi reclamo, porque le han fallado a Chetumal y a todos los que amamos esta tierra. Hablaré bien de Chetumal cuando recupere su brillo, cuando vuelva a ser esa ciudad con características únicas a nivel nacional. Hasta entonces, continuaré denunciando el terrible abandono en el que injustamente está. Mi lealtad está con la verdad, por más dolorosa que sea.