Para prevenir enfermedades y garantizar la ilusión de ser felices, el siete de junio se celebra el Día Mundial de la Inocuidad de los Alimentos, pretexto de sus organizadores para hacer un llamado con el fin de detectar y gestionar los riesgos que se transmiten al comer, en pos de la seguridad alimentaria.
Para que se cristalicen en algo positivo estas preocupaciones —donde se incluyen también la salud humana, la prosperidad económica, la agricultura, el acceso al mercado, el turismo y el desarrollo sostenible— no bastan con los buenos deseos, si no hay educación y apoyo de los gobiernos.
Acabar con el hambre en el mundo es uno de los objetivos de la Organización de las Naciones Unidas, pero en la realidad existe mucha ignorancia sobre la cultura alimenticia, hay desigualdades económicas entre unos y otros países, y las guerras y las epidemias contribuyen con las hambrunas.
Esta bien que, en días pasados, se realizara un evento online donde se abordaron los temas de buenas prácticas de producción y manipulación de alimentos, cambio climático e inocuidad y trazabilidad, aunque esta información no llegó nunca a los más necesitados de comida y esperanza.
Se agradece a la ONU su visión humanitaria sobre los pueblos de la Tierra, pero para que se establezca un mínimo de justicia global, que abarque la sana alimentación para todos los seres humanos, se requiere una profilaxis social difícil de aplicar en medio de tanto egoísmo e intereses de poder. El lema de la organización este año es: “Alimentos inocuos ahora para un mañana saludable”.