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La exalcaldesa afgana más joven: “Mi país ha sido vendido a sus enemigos”

Bruselas.- Cuando Zarifa Ghafari asumió a los 26 años la alcaldía de la ciudad de Maidan Sahar, a las afueras de Kabul, estaba dispuesta a afrontar los muchos retos que acompañan a este cargo en uno de los puntos más calientes del planeta. La toma de la capital afgana por los talibanes en agosto le obligó a huir a Europa, desde donde ahora denuncia que su país ha sido “abandonado” y “vendido a sus enemigos”.

Ghafari insta a que la ayuda humanitaria se canalice a través de organizaciones internacionales y no se entregue al Gobierno talibán

En una entrevista con Efe, Ghafari (1992) cuenta que huir de su país hace ahora dos meses nunca fue su primera opción. “Intenté convencer a mi familia para quedarnos, pero su presión y darme cuenta de que no podría tener una voz como había tenido en los años atrás me hicieron considerar marcharme al menos un tiempo”.

La joven política y activista, refugiada ahora en Alemania, se ha desplazado a Bruselas para hablar en la conferencia “State of Europe”, organizada por el centro de estudios Amigos de Europa, que reunió a más de 250 personalidades para debatir el jueves sobre los grandes retos del Viejo Continente, desde la crisis climática hasta la recuperación pospandemia.

A Ghafari, que tuvo que llegar al aeropuerto de Kabul escondida en un coche para que los talibanes no la encontraran y le impidieran marcharse, le desespera hoy la actitud de Occidente hacia Afganistán, al que critica por estar “demasiado ocupado en declaraciones y palabras”.

“Nadie actúa. Nos han abandonado. No es el final de la guerra, es un intento de destruir a una generación, a una nación a la que se ha vendido a sus enemigos. Los asesinos de mi padre están allí y yo no puedo hacer nada”, lamenta la joven.

La muerte de su padre en 2020, un alto cargo del ejército afgano asesinado por talibanes que buscaban atentar contra ella, le dio un impulso renovado para continuar con su trabajo; estaba de vuelta en su oficina apenas tres días después del atentado y comenzó a colaborar con el Ministerio de Defensa, donde estaban todos los amigos y colegas de su padre.

“Sabía que habían matado a mi padre para detenerme a mí, para acallar mi voz y amenazarme. Pero mi presencia se volvió incluso más fuerte que antes y ahora les digo que la única solución para quitarme de en medio es matarme”, afirma.

Y, aunque se emociona recordándole, Ghafari admite que el dolor de tener que dejar su país natal fue mucho peor. 

Rememora estremecida los ataques de los talibanes a la población civil, cómo la bandera de Afganistán fue desapareciendo del paisaje y las lágrimas de sus ciudadanos al intentar, desesperados, entrar en el aeropuerto de Kabul mientras Occidente evacuaba a sus nacionales y a los afganos en peligro y que habían colaborado con ellos.

“Tras la muerte de mi padre, al menos decidí que trabajaría en la misma plataforma que él y no me sentiría tan mal. Al menos tenía la tumba de mi padre y cuando le echaba de menos podía ir allí. Al menos si estuviera en Kabul iría a un hospital y compartiría parte del dolor. Pero ahora estoy aquí y no puedo hacer nada. Lo único que puedo hacer es solo ser su voz”, cuenta la activista.

Ghafari vive ahora en Düsseldorf con su marido, madre y hermanos, y su objetivo es lograr “una garantía de los derechos básicos” para su pueblo. 

En conferencias como la de Amigos de Europa, insta a que la ayuda humanitaria se canalice a través de organizaciones internacionales y no se entregue al Gobierno talibán, al que pide no reconocer hasta que no se garanticen los derechos básicos de las mujeres.

En esa misma lucha, a la que ha dedicado buena parte de su activismo, reclama “refugios seguros y paz” para las mujeres de su país. “No podemos sacar de Afganistán al 50 % de la población, tenemos que darles un lugar seguro allí”, recalca.

Ghafari también insiste en la necesidad de fomentar la educación femenina a todos los niveles en las áreas más rurales de Afganistán mediante proyectos para pagar sus matrículas, cursos y formación, con vistas a que sean lo más económicamente independientes posible. 

Su sueño es, en cualquier caso, regresar a casa. Cuenta que, antes de embarcar en el avión que la sacó de su país, se hizo con un puñado de arena afgana y que su “misión clara” es devolverla a donde pertenece. “Es algo que tengo que lograr, no importa cuando. Sé que llevará un tiempo, pero lo tengo claro”. 

Laura Zornoza

EFE

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